Reivindicación de una masonería hispana

Circulan muchos mitos, bulos y desinformación sobre la masonería. La mayoría creados por los enemigos de la libertad y, por tanto, enemigos nuestros. Pero una parte de esos mitos se han generado desde la propia masonería o, mejor dicho, por los propios masones. Porque aunque la masonería sea un camino de perfeccionamiento, los masones no somos perfectos. Y así hemos llegado a una masonería que se autoproclama universal pero vive en constantes luchas intestinas, a organizaciones que se denominan fraternales pero se niegan el reconocimiento mutuo, a hombres y mujeres que dicen buscar la libertad y la emancipación del individuo pero pretenden hacerlo a base de imponer sus criterios a otros.

Uno de esos mitos que nace del seno de la masonería es el mito de «las dos corrientes masónicas». Este mito surge de la masonería anglosajona que, viendo como una parte de la masonería se apartaba de su «ortodoxia» y, sobre todo, de su gobierno, decidió investirse de autoridad universal para dar el marchamo de masonería «auténtica» a aquellas organizaciones que le rindan pleitesía. Y de «falsa» masonería a las que no. Nace así el primer mito de que hay dos masonerías, una legítima y otra ilegítima.

Frente a esta postura de la masonería anglosajona, la masonería francesa más progresista le dio una vuelta de tuerca a la idea y, ante el discurso de que una masonería anglosajona es la buena y todas las demás no lo son, vio la oportunidad de convertirse en la némesis de la masonería anglosajona manteniendo el mito de las «dos masonerías» para poder erigirse a su vez en la autoridad de la «otra masonería». Así, mientras unos separan la masonería en «regulares e irregulares» estos otros lo hacen en «adogmáticos y dogmáticos».

Pero la realidad no es tan simplona y la masonería no es una excepción. Y esa división, aceptada por la mayoría de masones como dogma, ha perjudicado durante mucho tiempo a toda clase de masones, logias y cuerpos masónicos que no han sabido muy bien dónde ubicarse. Así la masonería cristiana, la masonería del norte de Europa, la masonería hermética/egipcia o la masonería de la Europa Mediterránea (España, Italia y Grecia) han intentado en vano encajar en uno de los dos bloques. Y, por supuesto, eso se ha trasladado igual a Hispanoamérica donde, además de heredar las tradiciones masónicas europeas, han desarrollado las suyas propias.

Por eso cada vez más masones rechazamos esa falsa división en dos bloques y reclamamos la honestidad intelectual de reconocer que hay muchas formas de masonería. Y en nada tiene que ver la práctica masónica de Suecia con la de Italia, por ejemplo. Igual que, por mucho que se intente, la idiosincrasia británica nunca encajará en Colombia o Perú.

Y aunque cada país, cada región y cada organización masónica tiene sus particularidades, es innegable que los hispanos tenemos mucho en común. Si un español se encuentra en otra parte del mundo con un colombiano, sentirá que ha encontrado a un «compatriota», algo que no le ocurre con un francés. Del mismo modo le ocurrirá a un mexicano con un chileno y no con un estadounidense, aunque sean vecinos.

Y eso que tenemos en común no es solo la lengua, que ya es mucho para una práctica como la masonería que se fundamenta en el poder de la palabra a través del ritual. Los hispanos tenemos mucho más en común: tenemos una alegría natural que no tienen (o que tienen de distinta forma) otras culturas. Tenemos una historia común porque en alguna época todos fuimos parte del mismo Imperio. Porque España no tuvo colonias, España tuvo provincias en todo el mundo y todas eran España. Tenemos unos valores sociales y familiares que, sin ser mejores ni peores, no son los de un alemán, los de un congoleño o los de un canadiense. Tenemos una forma de ver la vida mucho más flexible, más sosegada, más libre y menos individualista. Y aunque nuestros países se separaron hace mucho y cada uno tiene sus particularidades culturales, los hispanos sabemos que somos parte de un todo que nos obliga moralmente a entendernos fraternalmente.

Por eso ha llegado el momento de reivindicar la idiosincrasia de la masonería hispana alejada de las rigideces y de cierto esnobismo de la masonería anglosajona, y de la burocratización y el activismo de buena parte de la masonería francófona y sus satélites. Es hora de reivindicar una masonería basada en la libertad, la cooperación y la soberanía de sus miembros, todos juntos como hermanos, distintos pero conscientes de que somos familia.

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